Las
horas parecían siglos bajo el prisma de María. Siempre captó esa
percepción diferente del tiempo, desde que el suceso la dejara encerrada
sola en aquella casa de campo, estando su marido cortando madera en el
bosque. Recordó como percibió algo de repente, no supo muy bien el qué;
fue como si el mundo se diese la vuelta pero sin que se moviera nada
alrededor.
No olvidará cuando vio a su marido
intentar entrar en la casa, era él sin serlo. Con otra cara, otra
mirada, otro semblante, otras intenciones. Tras de él varios hombres
más, hombres que no conocía, hombres que deberían haber andado por allí
cerca cuando todo acabó.
Después su hijo le salvó la vida. Desde
ese momento todo avanzó despacio, pasaron meses que fueron como siglos.
Más tarde se convirtió en la amante de su hijo, aunque el tiempo seguía
detenido. Nunca jamás volvería a estar en paz consigo misma; pero eso ya
le daba igual.
Desde que lo hicieron por primera vez
algo volvió a cambiar en ella, como si el mundo hubiera vuelto a dar
otro giro sin que nada se moviera. Desde aquel instante la sangre empezó
a correrle por las venas y sentía fuego en las entrañas. Ya no podía
estar sin follar con su hijo, sin ser la mujer que le diera infinito y
generoso placer. Le gustaba ser su guarra, quería ser su zorra. Poseída
por un instinto animal. Tal vez se perdiese el tiempo rezando, tal vez
el mundo del ser humano hubiera acabado, y sin seres humanos no había
Dioses ni Diablos. Solo supervivencia y miedos.
Su hijo era el macho que la protegía y
ella la hembra que lo mantenía satisfecho. La presencia de otra hembra
más guapa y joven lo ponía todo en peligro. Si había que luchar se
lucharía, no por ser más vieja iba a ser menos mujer, y estaba dispuesta
a demostrarlo; tendría que abrir bien los ojos de su hijo, y estaba
decidida a hacerlo.
La mejor forma de recuperar su
territorio, o al menos mantener el mismo nivel de dignidad que la joven
hembra, era demostrar al macho cuanto podía darle; y hacerlo junto a
Sara, para que pudiera Jaime valorar lo que tenía por madre.
Aprovechó el sueño de su hijo de la mañana siguiente para hablar con Sara.
La joven estaba cuidando el huerto,
quitando malas hierbas. Esas hierbas de color pardo y marrón, con
pinchos, le daban mucho miedo pues las percibía como el símil vegetal de
los caminantes. Desde el suceso su número había aumentado en el huerto.
A veces tenía la pesadilla de que una inmensa enredadera caminante se
colaba por su habitación y la aplastaba dulcemente mientras dormía.
El Sol estaba cerca de su punto más
alto. María fue y la citó en diez minutos en la casa, cuando acabara de
quitar las malezas tomateras que tenía entre manos.
Le ofreció un poco de agua y la hizo sentar en el sofá, luego se sentó en una silla frente a ella.
“Imagino que Jaime te habrá puesto al
día en todo lo que venimos haciendo en esta casa desde que el mundo
acabó. Te habrá contado los quehaceres diarios y me consta que te ha
comunicado las nuevas rondas de vigilancia rotativa. Ya conoces nuestros
excelentes suministros: comidas, ropas, armas, vehículos, gasolina,
camas, etc, etc, etc….”
Sara asentía con seriedad, como una
alumna aplicada ante profesora que repite una difícil lección por
segunda vez para los más torpes.
“Él es un hombre fuerte y valiente.
Siempre lo ha dado todo por mantenerme a salvo, ha puesto su vida en
riesgo por salvaguardar la casa. Y no dudo que hará lo mismo por ti,
pues te ha admitido como un miembro de pleno derecho en esta casa. Y por
lo que veo tú has sabido ser agradecida, y yo como su madre que soy
estoy orgullosa de él y de ti, de que sepas interpretar literalmente tan
difícil situación”
Hizo una pausa, dejando que Sara fuera digiriendo todo lo que le estaba diciendo.
“Sé que sabes que yo soy la hembra de la
casa, sé que conoces que soy quien le ha dado placer de aquí atrás; y
deduzco de tu frialdad el que no te has extrañado de que sea su zorra
siendo su madre”
“Señora yo en ningún momento he
pretendido ofenderla. La noche que llegué estaba confundida, no sabía
realmente quienes erais, yo….. solo quería encajar, ofrecer mi cuerpo en
forma de recompensa. Ahora sé que sois buenos, ahora sé que sois
legales, ¡no se puede hacer una idea de lo que he sufrido!”
“No malgastes palabrería cariño. Si algo
has dejado claro es lo puta que eres, a mi no me engañas y él es menos
ingenuo de lo que crees”
“Su hijo me hace sentir bien, me siento
segura ofreciéndole mi cuerpo. No quisiera quitárselo, usted seguirá
siendo la mujer de la casa. Yo solo quiero mi hueco donde poder
colaborar y donde podernos sentir satisfechos, creo que su hijo me
quiere hacer su pareja; tal vez usted vuelva a ser solo la madre. Señora
María, siempre contará con mi respeto y haré todo lo que me pida en la
casa.”
Sara parecía irónica, cosa que a María no le gustó lo más mínimo.
“Escucha atentamente. No pretendo
arrancar a mi hijo el lujo de gozar de tu cuerpo; no se me ocurriría
después de lo que ha hecho por mí. Pero yo seguiré siendo, no solo la
señora de la casa, también su primera perra. Si eres capaz de adaptarte a
ello podrás seguir aquí”
“Con todos mis respetos, el que siga o
no aquí no es decisión suya, sino de Jaime; pero me será útil saber
cuánto le incomoda y alerta mi presencia. No obstante intentaré ser
digna y útil para los dos. Siempre muy agradecida del hogar que me han
brindado”
María hizo una pausa solemne, dispuesta a abordar el motivo de la charla.
“Supongamos que nos desea a las dos.
Hagámoselo saber, esta noche tras la cena le seduciremos las dos. Le
daremos una ración de sexo que nunca olvide, que le haga sentirse el
hombre más afortunado de la tierra. Ambas le necesitaremos, si está
contento con las dos, ambas estaremos seguras bajo este techo. La perra
de su madre y la puerca jovencita. Que nos tenga a las dos a la vez. Nos
vendrá muy bien a los tres”
Sara se relamió imaginando el cuerpo voluptuoso y maduro de María por encima de su vestido.
“Si la señora lo ordena así, así será”
Sara continuó su labor en el Huerto y
María fue a la cocina a preparar la cena. Mientras pelaba los tomates y
reservaba una lata de sardinas, su coño humeaba chorreando, empapado.
Después de la cena Jaime les dijo que se fueran a dormir, que él estaría vigilante hasta la mañana siguiente.
Su madre le ofreció la botella de
whisky. Él la cogió y Sara imploró, con voz de gatita celosa, si podía
beber un trago. Él le pidió a su madre un vaso para la joven pero ella
le dijo que no, que primero bebiera él, no había necesidad de ensuciar
un vaso.
Sara vestía con minifalda, un antojito
que tuvo en el asalto a una de las tiendas de moda joven del centro
comercial. La minifalda era de color rojo, muy rojo, rojo dañino para la
vista, cuyo contraste con la piel morena, unido a lo excesivamente
corta que le quedaba, pues mostraba casi medio trasero, otorgaba al
conjunto caderas-trasero-muslos un halo erótico jamás soñado por ningún
estilista pornográfico; digno de un mundo que no era mundo. Además una
discreta, aunque ceñida camiseta azul, que apenas le tapaba el ombligo y
abultaba exageradamente los amplios melones.
María como solía, vestido clásico. Color
crema, ceñidito de cintura, de ancha cintura todo sea dicho. Y
mínimamente escotado, de sus monumentales pechos todo sea dicho, los
cuales vencían momentáneamente a la gravedad por mor del sujetador.
A pesar del puterío con el que vestía la
joven, a Jaime le pillo por sorpresa que se sentase sobre sus regazos y
le besara con el fin de beber el whisky del trago que acababa de dar a
la botella. El trasvase fue casi perfecto. Luego ella le arrebató la
botella de las manos y dio dos largos tragos, seguidos de otro gran
sorbo el cual depositó de vuelta a la boca de Jaime, acabando refrenado
su lengua por el interior de su boca, metiéndola muy adentro.
María les miraba de pie desde la cocina,
almacenando humedad, las gotas generadas en su coño ya le resbalaban
piernas abajo, tan excitada y caliente que empezaba a correr el riesgo
de morir por combustión espontánea.
La joven permanecía sentada sobre Jaime,
bebieron un poco más, cada uno de la boca del otro. Luego ella se
deshizo de la camiseta, lanzándola contra las tablas que protegían la
amplia cristalera del salón.
Sus grandes peras quedaron al alcance de
Jaime. Él las agarró y las lamió, su polla hacía rato que estaba
preparada para la acción y conocía perfectamente de la presencia trasera
de su madre. No sabía muy bien qué estaba pasando, simplemente dejaba
hacer a sus gallinas.
“¡Tetona!, creo que nunca me voy a cansar de comerte las peras Sarita”
“jajajaja, mi rey, ni falta que hace, vamos mi señor cómelas enteritas”
Cuando llevaba un rato lamiéndolas,
ensalivándolas en profundidad, lo levantó y lo sentó en mitad del sofá
de tres plazas. Haciéndole un bailecito se deshizo de la minifalda y de
las minúsculas braguitas, quedando totalmente desnuda. Luego se echó
sobre él, quitándole el chaleco descubriendo su torso desnudo y
musculado. Le lamió el cuello y el pecho y le hizo señas a María para
que se acercara.
María llegó como una perrita obediente y se sentó al lado de Jaime. Sara sonrió y se sentó al otro lado.
“Hola mamá, qué pasa ¿qué quieres un poco de caña?”
“Ya sabes que sí, ya sabes de mi generosidad ante mi amo”.
La vio guapa, con belleza natural,
aunque más teñida. Recordó su espectacular coño maduro depilado; ardía
en ganas de volver a saborearlo; ya tenía a Sara desnuda ahora le
quedaba su querida madre.
Se levantó y la desnudó poco a poco,
María se iba moviendo por el sofá, levantando las caderas, dejándose
hacer para facilitarle la labor.
No tardó en tenerlas a ambas desnudas
sobre el sofá, pegadas pero sin tocarse ni mirarse. Visiblemente muy
calientes, el coño de su madre brillaba encharcado, le gustó verlo así.
Las contempló un instante. Las
diferencias eran enormes grosso modo. Pero entrando en los detalles su
madre ganaba enteros frente a aquella chica. Los pechos eran del mismo
tamaño y casi forma, es decir muy grandes; solo que los de su madre ya
estaban caídos por la edad. Su coño, sin embargo, lucía mejor que el de
Sara. Tenía mejor coño, las cosas como son. Un poco más grande y más
bonito, totalmente depilado; se mostraba más jugoso y atractivo a simple
vista; y al recordar el calor que emitía y lo confortable que estaba su
polla allí dentro sintió un escalofrío de puro gusto que le recorría la
espalda hasta la nuca. Por lo demás Sara ganaba en todo, más guapa,
aunque su madre también lo era, un poco más alta y con el pelo mucho más
bonito.
Pero eran dos mujeres por los que muchos
hombres hubieran matado catar la cama cuando el mundo era mundo. Y
estaban allí, desnudas ante él, dispuestas para él.
Se arrodilló ante su madre y la abrió de
piernas. Ella mostró una sonrisa de plena satisfacción, de orgullo
materno. Le agarró la cabeza y lo atrajo hacia su sexo.
“ven mi vida, come de mamá mi amor”
Sara miraba en silencio espeso.
El lametón primero le salió del alma,
realmente llevaba días sin estar con su madre y ya añoraba lo bien
cuidado que lo tenía para él, a petición de él realmente.
María se acomodó muy abierta,
facilitando que la cabeza de su hijo entrase fácilmente entre sus
piernas. Su cara ladeada hacia el lado opuesto al que se encontraba
Sara. Gimiendo, queda y continua, sintiendo la lengua cálida. Jaime por
su parte se agarraba a sus muslos para no caer en el abismo de aquella
deliciosa y bien cuidada cueva.
Sara empezó a tocarse mientras miraba,
pero más por el impulso de una actriz porno que recibe esa orden del
director que por otra cosa; no se encontraba demasiado caliente, se
tocaba porque era lo correcto en aquella situación. Sabía, no obstante,
que se jugaba mucho en ese momento, si dejaba que su madre se impusiera
tal vez quedase relegada a un plano residual de la convivencia. Ella se
sabía guapa y atractiva, su juventud era un manantial de vida y pasión.
La novia ideal para aquel chico fuerte; pero tal vez eso hubiera quedado
bien en el mundo anterior. Ahora ese chico le comía el coño a su madre y
fuera no cantaban los pájaros. El mundo no era el habitual. El dominio
hembra había sustituido al de mujer, para bien y para mal.
Jaime ahora frotaba el coño de su madre,
haciendo círculos con las yemas de los dedos índice y corazón. Miró a
Sara y le dio una palmadita en su muslo mientras le dedicaba una
sonrisa. La joven se arrimó a María y le besó en el cuello, luego lo
lamió, deslizando la lengua como un cachorrillo por la piel de aquella
mujer. María reaccionó al contacto y giró la cabeza hacia ella. Su cara
trasmitía, con los ojos a medio cerrar, todo el placer otorgado en su
sexo. Sacó también su lengua y Sara reaccionó buscando su boca.
Se morrearon durante un instante, luego
Sara bajó y comenzó a lamerle los pechos, no sin antes tener que
levantarlos de su permanente posición caída. Le costó levantarlos más de
lo que hubiera jurado, el peso de aquellas grandes ubres era
respetable. Manteniéndolos en alto, a la altura del cuello de María,
lamió detenidamente los pezones; a la vez que Jaime daba otra tanda de
lametones, bocados y lengua introducida en el coño de su mamá.
Mientras, en el exterior era noche
cerrada. La luna brillaba en cuarto menguante y las estrellan tiritaban.
Pocas nubes, noche buena de ¿junio?, tal vez sí, junio. La luz de las
velas del salón, donde en ese momento Jaime comía el agujero por donde
salió al nacer y la guapa y atractiva Sara lamía los inmensos y caídos
pechos de María, se filtraba tenue y tétrica a través de las tablas que
protegían las ventanas de la que fue una amplia, elegante y cuidada
cristalera con vistas. En lo alto la casa iluminada débilmente por la
noche, y pariendo la distinta luz de las velas, aquella casa parecía
maléfica, como sacada de un cuento de terror, como recién aparecida
desde otra dimensión; sin tener nada que ver con el paisaje que la
rodeaba. De hecho ni la pelada colina, en cuya cima descansaba, parecía
encajar en aquel paisaje de bosques y altas montañas.
Desde la frondosidad del bosque unos
ojos ensangrentados miraban la casa. El rugido continuo que emitía una
boca desencajada y casi sin dientes parecía querer decir algo al aire,
parecía querer comunicar algo a la casa, que la miraba distante, fría y
cálida a la vez. Aquella alma perdida, con apariencia de mujer, podía
haber andado en cualquier dirección, pues llegó hasta aquel punto como
podría haberlo hecho a otro cualquiera. Posiblemente llevaría meses
deambulando en soledad. Lo cierto es que aquella casa le atrajo desde
que la vio, sus ojos quedaron clavados en ella. Poco a poco fue
arrastrando sus pies colina arriba.
Jaime dejó de comer y las contempló
besándose. Le gustó lo que vio. Se sentó en una silla frente al sofá y
se desnudó, quedó mirando y acariciando su enorme polla.
Sara y María le miraron de reojo,
captaron la idea y siguieron con el numerito. Las dos estaban también
completamente desnudas, María se levantó dando la espalda
momentáneamente a su hijo. El cual se echó un poco hacia adelante para
dar un azote en sus nalgas, las cuales quedaron bailando algo flácidas,
como una gelatina.
“Veamos a que saben los humedales de Sarita”
Sarita obedeció a la voz de María. Se
abrió mucho para dejarla entrar. María se arrodilló de forma que su
trasero quedase siempre erguido en dirección a Jaime, el cual quedó a
escaso medio metro de él. La posición no debía serle muy cómoda, pues
tenía que arquear mucho la espalda para hacer la especie de V en el que
su boca quedaba a la altura del coño de Sara y el culo bien arriba a
mano de Jaime, por si se animaba que no le resultara muy difícil que
agujero profanar en primer lugar.
Era la primera vez que María lamía un
coño. Al principio cerró los ojos, algo alterada y sin apetencia, pero
pronto descubrió cómo se abría al contacto de su lengua, como una húmeda
flor al llegar la primavera. Notó la suavidad al deslizarla entre los
labios y el sabor salado del interior cuando apenas la introdujo unos
centímetros. Sara comenzó a gemir, eso motivó de sobremanera a María, la
cual incrementó el ritmo de lamidas a la vez que llevaba su mano
derecha a su sexo, tocándolo y abriéndolo para que le diera el
fresquito.
Tanto el peludito coño joven como el rasurado coño maduro chorreaban de placer.
Jaime vio como su madre se abría el coño
a la vez que intentaba empinar más el cuerpo para que quedase muy a la
vista. Permanecía de rodillas, cada vez más metida y ensimismada en lo
que le hacía a Sara, que por otro lado parecía estar disfrutando de lo
lindo. Sintió que podrían reventarle los huevos de dolor, ya estaba bien
de ser mero espectador de aquella maravilla, de aquel regalo del
Diablo.
Se arrodilló detrás de su madre y empezó
a lamerle el ojete, como un perro a una perra. Solo que esta perra
estaba lamiendo el coño de otra perrita. Al sentir la humedad, meneó
suavemente las caderas agradeciendo que ya estuviera ahí, y se sintió
más motivada para incrementar la intensidad del trabajo que realizaba a
la joven. Ahora, mientras su ano se llenaba de un juguetón calor húmedo,
su lengua rebotaba en la parte visible del clítoris de la chavala, la
cual pareció enloquecer, agitando su cuerpo, como poseída, de lado a
lado y gritando y gimiendo y suspirando; pero manteniendo las piernas
muy abiertas y quietas para que María pudiera seguir haciendo.
Le agarró las nalgas para que dejara de
mecerse y así poder concentrarse en comer. El ano y el sexo de su madre
le supieron exquisitos. María quedó quieta, moviendo a su vez de forma
compulsiva la lengua; solo la sacaba del sexo de Sara para escupir pelos
que se le enredaban en el paladar.
Se levantó y se colocó sobre su madre.
Ella notó como se disponía a montarla, así que apartó momentáneamente la
cabeza de entre las piernas de la joven y miró de reojo, girando un
poco la cabeza hacia atrás, para deleitarse con lo que se le venía
encima. Jaime se situó justo encima, flexionando las rodillas y
agarrando la polla por los huevos para mantenerla firme en picado. María
ronroneó como una gata, acomodándose bajo su hijo y empinó más el
trasero.
Sara observaba, plácida, sin perderse detalle, desde una posición de lujo.
Se la clavó en el ano. Apretó con fuerza
hasta meter un poco más de la mitad y empezó a pisarla; con sus manos
abierta sobre su espalda; María tuvo que hacer fuerzas para que el
empuje del macho dominante no la estampara contra el suelo.
Los gemidos desgarrados de dolor de
María invadieron el exterior. La caminante se detuvo en mitad de la
colina. Ladeo su cabeza observando la casa; como queriendo digerir que
aquel ruido provenía de allí adentro. Su cabeza a penas tenía pelos y
una de sus orejas estaba descolgada y golpeando contra el cuello a favor
del viento.
Como la madre ya no le prestaba
atención, pues demasiado ocupada estaba en morder el sofá mientras se
desgañitaba del dolor provocado por el enorme pollón que le rompía el
culo a fuertes embestidas, Sarita se levantó y se fue al lado de su
salvador. Sonriendo acarició la espalda de María y separó un poco las
nalgas para comprobar de primera mano cómo le entraba la polla. Jaime
sudaba y se concentraba en durar, pero tuvo otra sonrisa en respuesta a
la chica. Ella le besó con lengua y luego se situó detrás. Su pelvis se
acopló al culo del chico, acompañando en el movimiento algo lateral y
algo de arriba abajo, mientras sus manos acariciaban los músculos del
pecho, dando pellizquitos en los pezones del protector. Como si ella le
follara a él y el rompiera a la otra desde arriba.
Se separó un instante para ver la escena
a cierta distancia. Era verdaderamente conmovedora y muy pornográfica.
El hijo clavando a su madre a pollazos en el culo, cada vez más contra
el suelo. Ella, por su parte, agarrada como podía contra el sofá,
visiblemente muy dolorida, pero recibiéndolo de forma sumisa,
manteniendo en todo momento el trasero muy arriba para facilitar la
labor.
Le pareció entrañable lo que una madre
estaba dispuesta a hacer por un hijo. Quiso darle algo de placer en
aquel mar de dolor en el que se había visto metida.
Se arrodilló tras ella y se acercó,
agachándose, hasta su sexo. El ruido de la polla rasgando la piel del
culo le sonó desolador, pero ahí seguía a pesar de las súplicas de dolor
que empezaba a mostrar la madre. Debido a las embestidas había cierto
movimiento, pero no le fue difícil colocar sus manos en torno al sexo
para abrirles los labios y meter su lengua.
El efecto de su lengua fue inmediato.
Aquella mujer dejó de gritar de dolor y dejó escapar un gemidito de
gusto, los flujos vaginales no tardaron en salir, siendo tragados en
gran parte por Sara. Era como si, a pesar del dolor, aquella situación
excitara de sobremanera a María, pues esa forma inmediata de correrse no
fue para nada esperada.
Joder. Pensó Sara. Realmente le gusta ser la perra de su hijo.
Continuó comiéndoselo hasta que Jaime cesó en la clavada.
Él se sentó en el sofá, algo cansado por
la incómoda posición sostenida durante unos cinco minutos. Sara se
arrodilló a su lado, como una perrita dócil, respetando su cansancio.
María quedó unos instantes sentada en el suelo, quejosa, dolorida.
Recuperándose.
Sara agarró cuidadosamente el rabo y le
sopló, le palpitaba entre los dedos. Jaime le sonrió; a cuya sonrisa
ella correspondió besando cuidadosamente el capullo.
“ay mi pollita, ¿está muy dolorida después de romper el culo de la señora de la casa?”.
Sonó con desdén, iba dirigido más a María, la cual sonrió irónica mientras se mordía la lengua.
Cuando María miró, pasado un minuto,
Sara ya estaba dándole una monumental mamada a su hijo. Miró frunciendo
un poco el ceño, analítica, sabiendo valorar lo que aquella chica hacía a
su pequeño.
El pelo moreno caía por su cara, con el
rabo apretado contra su boca mientras lo masturbaba. El masturbar y
meter en la boca era todo uno, a penas hacía ruido y la abarcaba entera
sin arcadas. Su hijo gozaba tanto que se sintió orgullosa de él, el
orgullo de una madre por ver a un hijo feliz.
Sintió una oleada de motivación. Se
arrodilló junto a Sara y le frotó la espalda, llamando su atención. Ella
se la sacó de su boca y la sostuvo erguida mientras la morreó. Luego se
la pasó, como si fuera la botella de whisky. María la agarró risueña y
la besó, dándole lametones longitudinales de abajo arriba. Luego la
engulló, tratando de simular lo que le hacía Sara, pero no lograba
meterla entera en la boca sin tener serias arcadas. Así que, consciente
de sus limitaciones y virtudes, se dedicó a darle gusto a la altura del
capullo, agitando dulcemente el capullo en torno a él, mientras su boca
entraba hasta la mitad en una mamada constante, mientras la joven le
lamía los huevos, metiéndolos en su boca, sintiendo la carga de semen
que estaba siendo cocinado ahí dentro.
Ahora las dos la lamían a la vez, cada
una pasando su lengua por un lateral, juntándose a la altura del
capullo; donde se morreaban dejándolo en medio de las bocas. María la
dejó hacer a la joven sola y se fue a besar a su hijo.
“¿Todo bien cariño?, ¿está mi nene a gusto?”
“Mucho, mamá, sois geniales”
“Mamá está feliz, la generosidad de las
hembras al macho que las protege debe ser eterna y sin condición. Mamá
nunca pone condiciones, y lo sabes cariñín”.
Jaime asintió con los labios simulando una O mientras miraba a la chica, disfrutando de lo que le hacía.
Mientras Sara seguía con la mamada su
madre le lamió los pezones y deslizó su lengua por el cuello, llegando
hasta chupar las orejas. Jaime notaba tocar el cielo con la yema de los
dedos.
A la vez, una cabeza se retuerce por la
parte trasera del ventanal de madera. Buscando mirar a través de las
tablas. Observa la escena, deja ver los pocos dientes y saca la lengua,
partida por la mitad. La mirada se proyecta sanguínea. El desagradable
ruido constante, emitido desde algún punto indeterminado entre su pecho y
cuello, podría delatarla.
Sara le masturbaba, fuerte,
preparándola. María le vio las intenciones de subirse a cabalgar, era la
hora de mostrar quien era la perra dominante, todo lo que hiciera era
poco.
Así que sin mediar palabra apartó las
manos de la joven de la polla de su hijo y se subió encima. Sara se
apartó, visiblemente molesta pero sonrió al ver que Jaime le miraba.
María se colocó de rodillas sobre su paquete y se incorporó algo, sus
pechos quedaron delante de Jaime, bailando colgantes; lo cual aprovechó
para darle varias lamidas y bocados. María la agarró y la colocó muy
vertical, luego descendió, quedando engullida completamente por su
depilado, dócil y tragón coño.
Se acopló inclinándose sobre él y
comenzó una larga y lenta cabalgada, buscando un punto medio en el que
ambos se encontraran a gusto. Sara se sentó en el sofá al lado de Jaime,
a veces le besaba, otras veces daba una vuelta, acariciando los pechos
de María y besando a ambos. Pero María quería que aquello durase,
intentando infantilmente que solo fuera para ella. Iba variando gemidos,
para no aburrirle, pero, aunque le estaba follando bien, la cabalgada
empezó a aburrir a Jaime, el cual miraba a Sara, que le hacía gestos de
que se fuera con ella. Cuando la joven se colocó a cuatro patas en uno
de los extremos del sofá, no se lo pensó más y apartó a su madre dándole
palmadas en las nalgas.
“Ale mami, buena hembra, pero ahora un rato con ella”
María se limitó a apartarse, visiblemente vencida; con una follada mediocre no iba a conseguir nada.
Vio como Sara le recibía en una postura
imperial, digna en el estilo de perra, alejada de la sumisión con la que
ella recibía la polla de su hijo en cualquiera de las posturas. Ella se
esforzaba en ser buena amante, y sin duda lograba conseguirlo, pero
Sara lo conseguía sin esfuerzo, lo llevaba dentro con estilo. Una guarra
con clase, un auténtico putón.
La joven movía el culo con elegancia, de
adelante atrás y con leve contoneo lateral, recibiendo la polla en su
sexo y escupiéndola enrojecida hasta casi quedar fuera entera, y vuelta a
entrar otra vez. Jaime lo acompañaba con ligeros movimientos, superado
por la forma de follar de aquella joven.
Sus gemidos volvían a ser tan exagerados
como eróticos. No cesaba de hablar en susurros roncos y femeninos,
dando ánimos a mantener la polla bien erguida, a que aguantase todo lo
que pudiese. Echándose hacia adelante, cayendo su pelo moreno, torciendo
la espalda de lado a lado, levantando el trasero por momentos para
luego caer contra la pelvis de Jaime, haciendo desaparecer la polla
dentro de su coño.
Tan sensualmente pornográfica resultaba
que María empezó a tocarse mirando, no podía resistir la excitación tan
incontrolable que le llegó. Se tumbó en el suelo, a la altura de ambos,
y se abrió de piernas para tocarse mirando. Su mano se refregaba con
velocidad, Sara se dio cuenta de su estado y exageró los gemidos.
“Creo que nuestra perrilla vieja necesita a su hijo, fóllatela cariño, acaba dentro de ella, se siente mal, mírala”.
María sabía que había sido agredida de
nuevo, había sido pisada otra vez por aquella Diosa. Pero no le
importaba, los miró implorando placer, necesitaba ser follada fuerte.
Así supo verlo su hijo, el cual obedeció a Sara en su humana propuesta.
Jaime se colocó entre las piernas de su
madre y la taladró fuerte hasta correrse. Ella lo abrazó y lo atrajo en
el momento de la corrida. Sara no se percató, pensó que ella solo
fingía, pero se corrieron a la vez. Por un instante se olvidaron de
Sara, la cual gozaba orgullosa de haber acabado dando una orden al macho
dominante, y que este hubiera obedecido. Orgullosa de haber dejado
claro, al menos eso parecía, quien era la hembra potente bajo ese techo;
y quien merecía los galones de primera mujer de la casa. En un mundo
acabado los galones se marcan como en el mundo animal, pensó, y una
hembra de buen ver joven y sana debería poder a otra más vieja y
estropeada.
La muestra de caridad ofrecida, pidiendo
al macho que acabase dentro de la hembra vieja, hizo que Sara se
creyese una señora con mano derecha, consciente de la realidad del que
tendría que ser el palacio donde reinara a la derecha del rey.
Lo cierto es que María y Jaime se
abrazaban y corrían el uno contra el otro, tocando el cielo nuevamente,
sintiendo que el cuerpo de uno era la prolongación del otro; justo como
antes de nacer. Sabiendo ella lo que él necesitaba. Quedaron besándose
un rato, hasta que vieron a Sara, la cual continuó besándolo durante
unos instantes más, antes de agarrar su polla y dejarla bien limpia a
lametones.
La caminante llevaba un rato merodeando
la casa. Ahora se encontraba justo ante la puerta de entrada, husmeando
todo, toqueteando por la pared. Al desplazarse un poco hacia atrás tumbó
una regadera metálica que Sara había olvidado guardar antes del
anochecer.
El ruido metálico les llegó de
improviso. Con Sara limpiando la polla a Jaime y María tumbada en el
suelo a su lado, mirando el techo, pensativa y satisfecha.
Jaime se levantó como un resorte,
apresuradamente se vistió recogiendo su ropa desperdigada por el suelo.
Les hizo una señal de silencio, colocando el dedo índice de su mano
derecha sobre sus labios. María y Sara quedaron arrinconadas, desnudas,
pegadas la una contra la otra.
Atemorizadas. Dejando hacer al protector.
Jaime observó a través de la mirilla de
la puerta, no había nadie pero pudo ver la regadera tirada en mitad del
porche. Cogió su machete y se colocó una de las pistolas pequeñas
adosada al cinturón, cargada de balas. Desde el ventanal del salón
tampoco vio nada, tampoco desde la cocina; ni desde la ventana de la
sala de estar.
Ordenó a las mujeres que se encerraran
en el sótano. Sara pidió ayudarle pero Jaime no se lo concedió. Se
encerrarían y seguirían los pasos de su orden de sótano. María las sabía
de memoria, se encargaría de instruir a la joven a marchas forzadas.
A Sara no le hizo ninguna gracia la idea de recibir instrucciones de María, pero obedeció a su protector.
Cuando la infranqueable puerta de acero
inoxidable del sótano quedó sellada Jaime subió las escaleras con la
idea de espiar desde la zona superior, donde la vista era más completa,
pues solo no podía verse la zona delantera de la casa, la cual estaba
bien protegida por el ventanal del salón y desde la que no vio nada.
Primero se fue hacia la zona de atrás,
que es la única a la que no se accede desde abajo. Entró en la que fue
su habitación, ahora dedicada a almacén. Se asomó entre las tablas y
entonces pudo verla.
Estaba quieta, mirándole o al menos esa
impresión daba. Los brazos bajados y la cabeza dirigida justo a esa
ventana. Tras el susto inicial Jaime pudo ver que era una caminante. De
hecho podía escucharse el murmullo constante que emitía. ¿Qué hacía
allí?, ¿por qué miraba fijamente a esa ventana?.
Tras revisar todo el entorno bajó y
salió cuidadosamente. Se dirigió, pistola en mano y machete en cinturón,
hasta la zona de atrás, amparándose en la protección de la poca
claridad otorgada por la luna a medio hacer.
Se asomó cuidadosamente y pudo verla más
de cerca. Una oreja le colgaba y apenas tenía pelo. Su cara, demacrada y
muy blanca, miraba fijamente a la misma ventana. Se acercó
cuidadosamente. A mitad de camino ella giró la cabeza hasta que sus ojos
se cruzaron.
Jaime quedó en posición de defensa, se
guardó la pistola y cogió el machete. Ya la habría matado de no ser por
aquella enigmática forma de mirar, primero a la ventana y luego a él.
Frunció el ceño, le resultaba familiar.
Notó como el corazón se le disparaba.
Era Clara.
El amor de su vida.
El orgullo les separó algo más de un año
antes del suceso. Cuando todo acabó estaban a punto de volver, habían
quedado para tomar un café y hablarlo justo al día siguiente.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Aquello era nuevo para él. Pues ella había ido allí a sabiendas de lo
que hacía, la había descubierto mirando la ventana desde la que tantos
atardeceres vieron en los mágicos y románticos días de campo, justo
antes de meterse en la cama a hacer el amor.
Y ahora le miraba, no le atacaba. Notaba como ella luchaba contra sus instintos, como si quisiera reconocerle.
“Hola Clara, amor. Soy yo Jaime. ¿Me reconoces?”
Como respuesta solo quejidos y ruidos
infernales. Comenzó a avanzar, arrastrando los pies en un macabro baile,
hacia él. Cuando llegó a él intentó atacarle. Jaime la agarró por el
cuello y la inmovilizó. Ella pataleaba y estiraba los brazos buscando
alcanzarle, con la boca muy abierta y los pocos dientes que le quedaban
preparados para el festín.
Jaime sintió pena. Por un instante
estuvo tentado de dejarse morder, de vencerse. Con suerte se convertiría
en uno de ellos y entonces no tendría que sufrir más. Tal vez Clara
hubiera ido a liberarle de la prisión en la que vivía. Solo tenía que
dejar de sujetarla y ya no volvería a sufrir más.
Pero había dos mujeres que dependían de él.
“Lo siento mucho, amor mío”
El machete le atravesó desde el cuello,
por debajo de la boca, hasta los ojos, que saltaron como bolitas de
billar. Clara cayó en el acto.
El fuego dio paso al Sol y las lágrimas se secaron con la brisa del amanecer. Jaime entró en casa y golpeó la puerta del sótano.
Solo les dijo que un caminante andaba
merodeando. Uno solitario, nada de lo que temer. No obstante pidió que
no se bajase tanto la guardia para la próxima vez.
Se fue a dormir. Pidió que le dejaran más tiempo de lo habitual, necesitaba descansar.
María se llevó todo el día dando órdenes a Sara.
“La casa debe estar siempre impoluta,
todo tiene que estar en el orden y la pulcritud que Jaime exige. Así que
si quieres seguir aquí tendrás que ponerte las pilas. Mi hijo lleva
razón, nos vendrá bien tu juventud. Mientras preparo el almuerzo deberás
lavar la ropa y tenderla fuera. Recuerda, con un cubo de agua tendrá
que ser bastante, y usa solo media pastilla de jabón. La colada se hace
una vez al mes, y hoy toca. Apuntamos los días con tiza roja en la pared
de la sala de estar. Ahora también te encargarás de ello, tras cada
treinta palitos rojos tocará lavar la ropa. Usa los cables de la entrada
para ello; el señor los bajó del tejado en una de sus acertadas
decisiones”.
Sara lo hacía todo a desgana, siempre
poniendo mala cara, pero obedecía. Su cabeza no dejó de dar vueltas
mientras lavaba la ropa fuera, sobre una madera forrada de cerámica,
preparada por Jaime para tal uso a modo de lebrillo.
María la miraba a través de las tablas
de la cocina. Se sentía poderosa ordenando a aquella chica. Se
sorprendía así mima del cambio mental que estaba experimentando. Había
olvidado a Dios y ahora solo necesitaba demostrar la superioridad sobre
aquella chica; dejar de ser solo la hembra para ser, además, la señora
de la casa. Había que adiestrar a aquella joven para su beneficio.
Quería hacerla dócil y trabajadora, en cierto modo era como esculpir un
regalo para su hijo. No le importaba que la joven se creyera su novia y
quisiera hacerlo notar, pensaba perdonarles los desplantes sexuales de
intentar hacerla servil delante de su hijo. Tenía la certeza de que ella
sabía que si no la obedecía, Jaime tomaría cartas en el asunto; eso la
ataba.
Sara, por su parte, admitía las órdenes.
En la sesión con Jaime había dejado muy claro quién era la hembra que
mandaba. Lo demás era solo cuestión de tiempo. María sería cada vez más
vieja, y ella cada vez más guapa y atractiva. Jaime no tardaría mucho en
darse cuenta de que la selección natural era lo que debería mandar en
aquel difícil momento. Agachaba la cabeza y obedecía. Pero poco a poco
iba trazando un plan, y la paciencia era importante en él.
El tiempo y el sexo jugaban a su favor.
María no podía evitar recordar el
orgasmo compartido que había vuelto a tener con su hijo. Aquella zorra
sería muy guapa, tendría muy buen cuerpo y sabría cómo tratar a un
hombre en la cama…. Pero el cómo su hijo se corría dentro de ella nunca
lo tendría, el calor de una madre, el cariño infinito, la bondad y la
generosidad sin pedir nada a cambio que ella le ofrecía, jamás se lo
daría la otra. Y eso era, en tiempos tan difíciles como aquellos, tan
importante como sobrevivir; porque sin ello no se sobreviviría.
Sonrió complacida mientras miraba a Sara lavar la ropa con el ceño frunció. El Sexo, al fin y al cabo, jugaba a su favor.
Tras el almuerzo María sentía que podría
dar un paso adelante en el dominio sobre la joven. Jaime había ordenado
que lo despertaran al atardecer, y así estar toda la noche y la mañana
siguiente vigilante. Aun les quedaban unas tres horas a solas.
María se sentó en el sillón de vigilar
de al lado de la cristalera, con la escopeta en mano, como tantas veces
había visto hacer a su hijo; pero sin la botella de whisky. Ordenó a
Sara que recogiese la cena y lavase los platos y cubiertos que habían
empleado.
Sentía nervios por lo que iba a pedir a
la joven, algo incómodo le recorría el estómago; pero tenía que hacerlo,
convenía ir marcando el terreno cuanto antes.
“Cuando acabes de recoger vendrás aquí a comerme el coño. La señora necesita relax”
Lo había soltado sin respirar,
necesitaba soltarlo, había sido como arrancarse una muela. Lo hacía para
sentirse superior pero lo cierto es que su sexo se humedecía por
momentos.
Sara dejó de fregar y la miró extrañada.
“¿Cómo has dicho?”
“Que acabes pronto para hacerme un trabajito, antes de que mi hijo se levante”
Sara la miró mordiéndose el labio
inferior enfadada y excitada. Aquella mujer madura era aprovechable
todavía, en parte entendía a Jaime. Si por ella fuera se desharía de
ella allí mismo, arrebatándole la escopeta de largo cañón y volándole el
cráneo. Pero tenía algo que a veces la ponía como una moto. Tal vez los
enormes melones que guardaba caídos bajo sus vestidos, tal vez el sexo
tan cuidado y perfectamente depilado, tal vez la belleza de su rostro,
que aún conservaba a pesar de la edad. Tal vez le recordaba a alguna de
las mujeres con la que había fantaseado en la soledad de su habitación,
buscando videos de mujeres mayores con chicas jóvenes. No fueron pocas
las veces que se sorprendió fantaseando de aquel modo; y en ese momento
lo recordó con ternura.
En ese momento se sintió débil. Ella
siempre había sido una chica muy segura de sí misma; tenía su vida
perfectamente planeada antes del secuestro. Niña de papá rico, que
estudiaría derecho y se casaría con un joven guapo y rico para ser la
dueña de su hogar. Siempre soñó con ir guapa y bien vestida a las
fiestas en las mansiones de los amigos, pariendo hijos y estando siempre
perfecta para su hombre. Pero tuvo que vivir dos sucesos, el secuestro y
el fin del mundo. Se sentía dichosa de haber sido rescatada y su
mentalidad no había cambiado demasiado a pesar de todo, pues aspiraba a
ser la señora de esa casa. Jaime se podría considerar un hombre guapo y
rico, dadas las circunstancias; a pesar de todo su sueño seguía vivo.
Pero en el fondo era débil. Y aquella
mujer lo acababa de demostrar. Con su petición había vuelto a despertar
fantasmas del pasado. Siempre se sintió vulnerable cada vez que se
tocaba viendo esos videos; eran actos que la hacían alejarse del modelo
de mujer que perseguía. Y ahora esa realidad estalló de nuevo en su
cara; la petición de María le trasladaba a la fría soledad de su lujosa
habitación de adolescente.
Por eso estaba elaborando un plan,
porque necesitaba sentirse segura en los pasos a seguir para el objetivo
marcado. Pero en aquel momento no quería dejar de sentirse vulnerable.
En aquel momento necesitaba arrodillarse entre las piernas de aquella
voluptuosa mujer madura.
Se aproximó despacio con la mirada
perdida. María la sintió distante, la notó diferente. Se levantó un
instante para arremangar el vestido por encima de la cintura y bajarse
las bragas, las cuales dejó en el suelo cuidadosamente. Luego volvió a
sentarse y se abrió mucho, poniendo cada pierna en los reposabrazos del
sofá, apoyadas en los gemelos.
“Vamos Sarita, ven aquí”
Solo se le veía el coño, limpio,
depilado por completo. Dos labios elegantes cerrados en un nudo, y una
suerte de pulpa rojiza entre ellos, brillante por la humedad. Sus
piernas eran bonitas, y esperaban abiertas y en alto a la joven.
Se arrodilló ante ella. A María, la
mirada perdida y excitada de la chica le resultaba tan enigmática como
extraña. Pensó en dar una lección de superioridad y se encontró con un
deseo en aquellos bellos ojos, diferente a todos los que jamás había
podido leer en nadie.
Su lengua le pareció más pequeña cuando
la sacó entre sus carnosos labios. Su mirada imploraba valoración de
lealtad cuando se aproximó hacia adelante; del mismo modo que un
cachorro mira a un extraño dueño que ha ido a arrancarle de los brazos
de su madre. Cuando la lengua resbaló contra su sexo, a María le pareció
que creció instantáneamente. Percutió impoluta entre los labios, de
arriba abajo, acabando en el ano, el cual quedó humedecido, metiendo
levemente la punta en él.
El primer contacto había sido
monumental. Nada de salir del paso, nada de ser sumisa ante su orden.
Ahora la joven hacía algo que deseaba, pues no se podría empezar así
algo que le hubiese repudiado o asqueado.
María empezó a emitir gemidos leves,
intentando sofocarlos para no dar a Sara pistas sobre lo que le estaba
encantando su trabajito. Ahogaba los quejidos pero Sara los oía, lo que
le hacía esmerarse más, por entender que le encantaba. Con su boca se
amoldó a la anchura y altura del sexo, colocándola abierta de modo que
todo quedase dentro; así, su lengua, ancha por no tener que salir
apenas de la boca, pudo moverse de forma ágil y constante, refregando de
abajo arriba, sintiendo el sabor salado y a pis de la parte rosada, y
topando con el botón de la hembra mayor. Esto enloqueció a María y sus
gemidos comenzaron a no ser ahogados, dando rienda suelta al gozo,
sintiendo y viviendo el momento con intensidad.
Nunca antes se lo habían comido tan bien.
Sara se apartó lo justo para dar un
respiro a la mujer. Pero enseguida se colocó más encima, pudiendo
introducir dos dedos, índice y corazón, de su mano derecha, muy juntos y
estirados, en el sexo de la madre de Jaime. A la vez, su lengua daba
vueltas en torno al clítoris. Notaba como sus dedos se empapaban de los
flujos de María, provocando un alto gemido constante que acabó en varios
chillidos estruendosos de placer, a la vez que cerraba las piernas
colocándose ligeramente de lado; vaciando sus flujos en la cara de
Sarita, cuya cabeza había quedado prisionera entre la zona baja de los
muslos.
Sara se levantó, dando por hecho que su
función había terminado, y se limpió la boca y cara, impregnada de
flujos, con una servilleta de la cocina. Luego se sentó en el sofá y
quedó en silencio.
María había ido poco a poco. Tras estar
un rato dando gemiditos de gozo pasado, se fue incorporando hasta quedar
en pié, donde se puso las bragas y bajó de nuevo el vestido. Luego se
hizo un moño sujetando una horquilla entre los labios, se la colocó para
sostener el improvisado peinado, cogió la escopeta, se asomó entre las
tablas para comprobar que todo seguía en orden y se sentó de nuevo en la
butaca.
Hubo un incómodo rato de silencio.
Durante ese tiempo a Sara le había dado tiempo a recuperar parte de su
gallardía de candidata a señora primera de la casa. Pero se sentía algo
intimidada; hizo votos internos, no obstante, de seguir adelante con su
plan.
María la miró con mirada de desprecio, de abajo arriba; rompiendo el silencio.
“Esperemos no haber despertado a Jaime.
No quiero ni pensar qué opinaría de que la nueva perra se dedicara a
distraer a la señora de la casa en horas de vigilancia”
Sara la miró entornando los ojos, analizando lo que había dicho, no pensaba amedrentarse.
“Tal vez debiera saber que su madre es
solo una puerca que necesita correrse para sentirse importante. No me
extraña que algún día te sorprendamos con un caminante entre las
piernas. Yo sería la primera en clavarte un machete entre las cejas”
“Querida Sarita. A mí ya me comían el
coño cuando tú ni siquiera habías nacido. Ahora mismo podría dispararte
con esta escopeta, cualquier cosa que le diga a Jaime le valdría, pues
solo me necesita a mí”
“Cuidado con lo que dice, señora. Pues
cada día que pasa es menos útil aquí, siga envejeciendo mientras se
sienta joven y viva, pero las comparaciones siempre serán lamentables
para ti”
“Puta”
“Vieja”
“¡Comecoños!”
“Y tú bien que lo has disfrutado”
De nuevo el silencio, miradas de odio.
María analizó posibilidades de matarla de un disparo, hasta la encañonó
desde su sillón. Sara no cesó de sonreír y sacar la lengua mientras lo
hacía, segura de que no tendría agallas de dispararle.
“Pero María, no te engañes. No tienes
porque sentirte desplazada por mí, eso es solo algo natural como la vida
misma. Yo podré consolarte como acabo de hacer, vea en mí una aliada,
una amiga. Necesitará alguien con quien consolarse cuando su hijo no le
busque.”
“Eso jamás ocurrirá”
Sara rió enérgicamente.
“¿Nunca?, ¿en serio lo dice?, ¿usted se
ha visto?, ¿Por cuánto tiempo cree que su cuerpo será mínimamente
apetecible?. Yo le aseguro placer hasta el final, pero solo si usted se
aparta hacia un lado y sabe admitir su sino de sirvienta de su hijo y de
la dama de esta casa, es decir yo. Debe mirarlo de la forma más buena
para usted. Yo seré su aliada, no su enemiga. Solo deje que la
naturaleza fluya, que lo lógico ocurra, y yo me encargaré de que nunca
se sienta necesitada”
María sintió deseos de entregarse, de
decir que sí sin condiciones, en el fondo aquella chica la maravillaba,
tal vez tanto o más que a su hijo, aunque luchaba por odiarla sabía que
Sara llevaba razón. Ella cada vez sería menos útil a su hijo en aquel
mundo, ¿Cuánto podría seguir así?, cuatro o cinco años a lo sumo. A los
sesenta y poco solo será alguien a quien mantener sin que pudiera dar
nada a cambio; ni sexo de calidad ni fuerzas para trabajar en la casa y
el campo. Aquella chica le ofrecía, al fin y al cabo, algo más que
razonable. Si no lo aceptaba tal vez esa oferta no llegase más adelante.
La muy puta tenía las mangas llenas de ases, se sentía derrotada, pero
tendría que sacar fuerzas; todavía no pensaba rendirse. No tan
fácilmente.
“Eres solo una cría que se cree alguien.
En esta casa había rangos y ellos permanecerán intactos. Recuerda que
si quieres seguir aquí tendrás que trabajar más que nadie, si dejas de
ser útil tendrás que irte, o más bien morir, ya que Jaime no dejará que
ningún vivo se vaya conociendo nuestro escondite. Así que más te vale
dejar las películas que te montas en esa cabeza. Sigue ofreciendo tu
lengua, sigue poniendo el culo a mi hijo y sigue trabajando todo lo que
puedas, en caso contrario solo servirás para morir. Nunca lo olvides”
“Me alegra saber su opinión al respecto. El saber su respuesta a mi oferta deja todo más claro y fácil para mí”
“Seguiré buscando a mi hijo y él me
seguirá buscando a mí. Que quede bien claro, yo soy la primera señora de
la casa y la primera amante del macho que la protege. Tú, como mucho,
solo eres una putita a prueba, por parte de los dos”
María notó el cambio de luz provocado al ocultarse el sol tras las montañas del oeste. Se incorporó altanera y orgullosa.
“Es hora de despertar a Jaime”
Entonces escucharon el ruido lejano de
un helicóptero. María hizo señas a Sara para que no se moviera y
comprobó que todas las velas de la casa estuvieran apagadas.
“¡La ropa!”
Se apresuró a recoger la ropa y
ocultarla en el interior de la casa. El helicóptero se escuchaba cada
vez más cercano. Sara no entendía nada.
“Pero igual vienen buscando supervivientes, tal vez puedan ayudarnos”
Jaime apareció escaleras abajo, visiblemente asustado y alterado. Había escuchado lo que Sara había dicho.
“No podemos fiarnos de los vivos. Ese helicóptero no puede ver nada que le indique que aquí hay personas, ¡que nadie se mueva!”
Escopeta en mano se asomó entre las
tablas de la antigua cristalera del salón. El ruido empezaba a ser muy
fuerte y un rayo de luz apareció entre las montañas.
El atardecer avanzaba y aquella luz
merodeó sobre la colina y la casa durante unos instantes, antes de
posarse en mitad de la cuesta más suave de la colina.
Jaime dio una pistola cargada a cada mujer y les ordenó que estuvieran alerta y atentas a sus órdenes.
Colocó el cañón de la escopeta sobre las tablas, apuntando sin perder de vista el helicóptero.
Pasados unos instantes bajaron tres
hombres de él, pudo ver que el piloto quedó en su posición, con el
helicóptero todavía en marcha.
Los tres armados, mirando intensamente la casa.
Jaime disparó y abatió a uno de ellos.
Los otros corrieron a esconderse. Uno echó cuerpo al suelo,
protegiéndose entre las hierbas, disparando hacia la casa. El otro se
fue hacia la parte de atrás.
Jaime las llamó a las dos.
“Uno está allí, tumbado en mitad de la
colina, disparando. No dejar de dispararle. Olvidaros del helicóptero,
necesito que ese no se levante”.
Fue hacía arriba y buscó cuidadosamente
al otro. Pudo verlo entrando en el huerto, desde la ventana de la
habitación de su madre.
“¡Maldita sea!”
Bajó de nuevo, su cabeza daba vueltas buscando un plan.
“¡Dejad de disparar!”
Cogió a Sara y a su madre y las llevó al centro del salón.
“Este es el plan. Mamá tu vas a
esconderte en el sótano. Preparada con la escopeta llena. Sara tú vas a
salir con las manos en alto. Diles que vives aquí atrincherada desde el
suceso. Ellos entrarán y yo les tendré preparada una calurosa
bienvenida”
Ella estaba dispuesta a salir cuando Jaime se asomó a la ventana del salón. Pero su cara se ensombreció.
Los dos supervivientes corrieron hasta
meterse en el helicóptero, el cual levantó el vuelo hasta perderse de
nuevo tras las montañas.
Jaime se sentó pensativo hasta que el
traqueteo cesó. María salió del sótano. Ella y Sara se sentaron en
silencio junto a él. Se sentían débiles, altamente dependientes de su
macho.
Éste levantó la cabeza, preocupado y decidido.
“Tenemos que abandonar la casa”
1 comentario:
hola ya no vas a publicar mas esta muy buena tu historia
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