domingo, 11 de noviembre de 2012

Relato nº 12: Apocalipsis, parte 3.

Bajó los cadáveres al salón. María se sobresaltó emitiendo un quejido trágico.
“¿Te has vuelto loco?. ¿Qué iban a hacerte?. Estaban desnudos y desarmados por el amor de Dios”.
Jaime los arrinconó en una esquina ante la puerta de salida. Se secó el sudor provocado por el  esfuerzo y miró el reguero de sangre dejado por sus cabezas agujereadas. Había pasado una media hora desde que se encerrara con ellos en la habitación de su madre.
“Limpia la sangre”
María se acercó con un gesto teatral, que intentaba transmitir incredulidad con un atisbo de desesperación.
“¿Me has oído?, ¿por qué los has matado? , ¿acaso ahora matamos también a seres humanos?”
“¡Por lo que yo sé han invadido nuestra propiedad y estaban violándote!”
La mirada furiosa que le dedicó a su madre la aplacó al instante.
“Pero….”
“¿Pero?, ¿acaso ahora hay peros?. Deberían darte más miedo los vivos que los muertos. ¿Es que no te enteras de nada?. Seguramente pensaban matarte cuando se hubieran desahogado, no iban a correr el mínimo riesgo por ti, y robar todo lo que tenemos antes de salir corriendo. Todo lo que me ha costado reunir para tenernos a salvo. No ha habido un viaje en el que no haya puesto en peligro mi vida para salvar la tuya. ¿Y así me lo agradeces?. ¡Aquí mando yo!, si no te gusta mi forma de sobrevivir puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas más”.
Señaló la puerta y se quedó mirándola fijamente.
“Lo que quería decir es….”
“Vi como disfrutabas, vi tu deseo. ¿En qué puñetas te estás convirtiendo?. Que nunca se te olvide que de lo único que se trata es de sobrevivir. Yo solo me fio de mí; si me das motivos para desconfiar ni el ser mi madre te va a librar de alguna de mis balas. Si te quedas bajo el techo que he creado poniendo mi vida en juego será con mis normas. Jugar a la puta zorra enviada de Dios es muy bonito. Pero la realidad está ahí fuera, la muerte y la destrucción nos acecha cada segundo que seguimos vivos, y cada vez nos come un centímetro más de terreno. Esos no venían a proponer consignas de haz el amor en lugar de la guerra. Vinieron a violarte, robarnos y quemar la casa. Lo único es que encontraron a una mujer deseosa de ser violada. Y eso me plantea dudas, tendré que pensar mucho en ello”
María lloró y se abrazó a su hijo. Él no devolvió su abrazo. La apartó con un pequeño empujón y sacó los cadáveres fuera. Antes de ir a la zona de detrás de la casa para quemarlos  se dirigió de nuevo a su madre.
“Ahora limpia tu habitación, la escalera y el rellano. Está todo lleno de sangre”
María quería explicarse, quería decir que tiró el bote de pintura aterrada cuando los vio llegar con aquel ruido ensordecedor de sus motos. Que no tuvo tiempo de esconderse. Mientras ellos bebían el whisky ella lloraba agazapada en un rincón, temerosa de haber fallado a su hijo. Quería explicarle que le dijeron que si no colaboraba la matarían. Les dijo que estaba sola, que vivía allí desde el suceso y que sobrevivía como podía. Ellos iban a violarla y a llevársela para poder tener una hembra más a la que atacar en sus largas noches de borrachera y excesos. Quiso explicarle que los sedujo, que planteó todo para ganar tiempo, mientras pensaba un plan que nunca llegó a su mente. Que lo único en que pensó fue en sobrevivir, y para eso tuvo que mover el culo, lamer barrigas sebosas y mamar aquellas pequeñas pollas que tan poco aguante y fuerza tenían.
Pero no pudo decirle nada, porque se lo impedía  la culpa de haber disfrutado, de haberse sentido a gusto desnuda entre aquellos peligrosos hombres.
Mientras limpiaba lloró, temerosa de haber defraudado a su hijo, a su macho, a su protector. Él, una vez más, había cumplido con su cometido de tenerla a salvo. Cada día que pasaba le quedaban pocas dudas de que Jaime lo conseguiría. Ella solo tenía que ser una buena madre, una buena compañera, era todo en cuanto debía concentrarse. Y, por el Dios que en ese momento la observaba, que deseaba hacerlo. Que gozaba siendo generosa con él. Y por ese mismo Dios que se cayera muerta en ese instante si las bragas mojadas que tenía no era provocado por la autoridad firme de su hijo.
Mientras el fuego consumía lo que quedaba de los únicos seres humanos a los que había visto desde el suceso, descontando a su madre, Jaime paseó colina abajo poniendo en orden la información dada por aquellos visitantes fugaces.
Hablaron con poca claridad, pero hablaron. Les dio credibilidad, tan seguro estaba de ello como de que habían intentado liarle con informaciones difusas. Lo único que sacó en claro es que había un pequeño asentamiento humano no muy lejos de allí. A unas tres horas a pie entre la zona más inaccesible de las montañas, en dirección este. Eso significaba medio día en moto, el que habían echado en una supuesta batida en búsqueda de víveres hasta dar con su casa.
Habían muerto jurando que nunca quisieron hacer daño a su madre, que ella les sedujo, que estaban muy necesitados y no perdieron la oportunidad de estar con una mujer.  Le habían hablado del asentamiento y le habían invitado a unirse a ellos.
Eran pocos según dijeron, dos hombres más y las hijas de uno de ellos. Habían logrado tener una pequeña sociedad. Las jóvenes eran hijas del jefe y nadie se atrevía a tocarlas. Ellos eran solo unos esbirros. Pero su jefe era bondadoso y cuidaba espiritualmente de ellos.
Sentía que habían incurrido en algunas contradicciones, pero la idea de un asentamiento no muy lejano pareció quedar clara.
Encontró las motos donde le dijeron. Escondidas en el frondoso bosque. Dos Harley Davidson en aparente muy buen estado. Las llevó una por una hasta su casa y las escondió en el sótano. Antes les extrajo la gasolina y las guardó en bidones.
“Voy a ir en busca de la pista que me dieron”
Su madre se detuvo en mitad del fregado de los platos tras la cena. Jaime bebía de su botella de whisky. Ella se giró, las manos impregnadas de jabón y la cara marcada de pánico.
“¿No les habrás creído verdad?”
“No en todo. Pero creo que el asentamiento es cierto. Voy a ir entre las montañas. Partiré al amanecer. Si está en un radio de tres horas subiendo por allí arriba, es posible que lo encuentre en un día, dos a lo sumo”
María dejó las labores y se sentó en el sofá, anonadada. Pensando en decir algo, pero le miró en silencio, profundamente preocupada.
“No pienso dejarme ver. Iré a espiar. Algo me dice que allí no hay nada bueno. Por eso mismo quiero ir, está lo suficientemente cerca para que pueda suponernos un problema serio,…. Como ha estado a punto de ocurrir de hecho”
“No sabes a lo que vas a enfrentarte hijo mío. Por favor no vayas, ya ha pasado el peligro. Tú mismo me has dicho varias veces que esta casa está perfectamente escondida entre las montañas. Ahora necesitas relajarte, ha sido un día muy duro. Deja que yo me encargue, tú solo ponte cómodo y disfruta mi amor, mi señor.”
Se arrodilló frente e él y le acarició el paquete, enseguida se le puso enorme. Sonriente, bondadosa, desabrochó la bragueta de botones de su pantalón de pana marrón. La polla emergió imperiosa. Jaime estaba tan enfadado como necesitado, le vendría bien una buena mamada. Tuvo tentaciones de quitarla de una patada, pero le dejó hacer.
María tenía las manos húmedas del fregado, pero enseguida se acopló bien en la paja inicial. Empezó a darle lametones de abajo arriba, lentos y sensuales, mientras no dejaba de mirar a su hijo de forma sumisa y generosa. Atrás se insinuaban sus caderas y trasero, bajo el vestido. Desde la otra zona del salón debería verse su amplio culo con alguna de sus bragas aparentemente mojadas.
Bajó todo el pellejo hasta quedar su capullo libre. Entonces lo lamió, pasando insistentemente la lengua por donde debería salir un regalo en forma de semen cálido, confortable y apremiante del buen trabajo. Le supo salado, con olor a pis, no se había lavado y se notaba.
Pero eso le gustó, se sintió doblemente dichosa, además de relajarle, también iba  a asear a su hijo.
La mamada no tardó en llegar. Tras lamerle los huevos mientras le masturbaba fuerte, y recrearse mirando el potente paquete de su hijo, María la engulló. Su boca la recorría casi entera, en cada bajaba intentaba llegar más lejos, provocándole arcadas que culminaba en separar la boca muy abierta, dejando caer saliva espesa sobre el capullo mientras gemía susurrante.
Antes de correrse le agarró la cabeza y la estrujó contra su polla. Ella permaneció inmóvil mientras el semen salía a raudales directamente en su garganta. Se la metió entera hasta más allá de la campanilla, provocando un vómito incontrolable, el cual tragó en parte, junto a su semen, saliendo el resto por la comisura de los labios.
Cuando la soltó cayó sentada en el suelo, vomitando más por el asco de haberse tragado gran parte de su propio vómito. Jadeante le dio las gracias por el semen.
“Mírate, das asco”.
“Lo sé hijo, pero ha sido un acto necesario, mil gracias por darme el semen mi señor”.
Jaime siguió bebiendo, su madre llegó, ya aseada y se sentó en su butacón frente a él.
Jaime le habló como si no hubiera pasado nada, continuando con la conversación anterior a la puerca mamada.
“Conozco bien estas montañas. Hay muchos bosques salpicados de colinas así, y picos inaccesibles. Algo me dice que están muy arriba, en alguna casa abandonada, tal vez en algo mucho mejor”
“¿Cómo la estación de esquí?”
“No creo, si no me engañaron en las distancias, esa queda mucho más lejos”
Su madre se levantó y se sentó en sus rodillas. Quiso besarle en los labios, su coño permanecía muy mojado. Jaime se apartó y se levantó bruscamente.
“Voy a dormir, partiré al amanecer. Tendrás que hacer el esfuerzo de no dormir hasta que llegue. El mío será exponerme de nuevo en busca de nuestra seguridad. De tu seguridad…”
Ella añadió algo más.
“¿Y los caminantes?”
“Caminando por allí arriba veré a pocos”
El equipaje era tétrico y completo. Nada de ropas. Su escopeta, dos pistolas y su machete. Balas suficientes, algo de comida, agua a racionalizar y lo más importante, una de las botellas de whisky. A pesar de empezar a apretar el calor, en la cima de las montañas parecía que aun perduraba el invierno, zonas semidesérticas a más de dos mil metros de altitud, con nieve acumulada en las partes más húmedas, resistiendo su salida ladera abajo.
Pasó por caserones abandonados, huertos quemados y poblados derruidos vistos desde lejos. Atento a señales de humo, si estaban tan arriba necesitarían fuego para casi todo. Atento a posible vida humana.  Pero ni siquiera veía vida de caminante. Tenía ganas de ver a uno aunque fuera, echaba de menos estrujar sesos con su machete.
Agradeció su buena forma física a pesar del camino agotador. Subió a lo alto de la montaña más alta de la zona, casi a tres mil metros. La cima tras la que se veía salir el sol desde su casa. Agudizó la vista y no vio absolutamente nada. Su colina se camuflaba entre otras tantas y la espesura de los bosques próximos. Intentaba ver su casa y solo veía paisaje de montañas. Le resultó curioso al comparar lo cercana y clara que se ve aquella cima desde la puerta principal de su hogar.
Esta cima es como la luna, pensó. Tan cercana y tan lejos.
El sol se dirigía hacia el oeste, sin duda habían pasado unas seis horas desde que cogió el rumbo. Calculó que habiendo seguido un camino a menor altitud, podría haber empleado unas tres horas en llegar a aquella zona. Estaba, pues en el punto desde el cual podría distinguir el asentamiento en cualquier momento. Todo estaba preparado, pasaría allí la noche. La vista panorámica era total, y cualquier luz, cualquier fuego no muy lejano debería poder divisarse desde allí. Además, allí se sentía liberado de caminantes, aunque nunca convenía bajar la guardia.
Cuando la botella de whisky llegó a la mitad y sus músculos y huesos habían sucumbido a su calor, agazapado entre sus ropas y sin haber apenas comido, Morfeo invadió su vigilia. Las estrellas tiritaban sobre su cabeza y el horizonte no le dio ninguna pista.
Al poco de quedar dormido soñó con una voz de mujer, joven mujer. Que cantaba una melódica canción. Aquella mujer le miró, sus cabellos de oro sedoso otorgaban una cara angelical, cantando con una dulce media sonrisa. Pero su voz se tornó chillona, de sus cabellos corrieron desesperadas culebras negras y la canción culminó a gritos desesperados……
“Socorrooooooooooooooooo”
Se despertó como un resorte. Su respiración era muy agitada. Todo parecía haber sido un sueño. Hasta que volvió a oírlo.
“Socorroooooooooooooooo”.
Rápidamente se puso en pié, recordó el suspiro similar que sintió en su nuca aquel día arreglando el tejado. Lo achacó a las montañas y su locura, justo lo sintió llegar de aquella montaña. Ahora lo pudo escuchar alto y claro, aquella mujer no estaba muy lejos de allí.
Decidió tomárselo con calma. Ni dar voces, ni encender la linterna ni dar un paso en falso.  Necesitaba pensar, sacar conclusiones, encontrar las piedras más seguras para cruzar el río. Probablemente esa chica estuviera sola y encerrada en algún sitio, en caso contrario no estaría pidiendo auxilio. Lo más lógico era pensar que otros seres humanos la tenían encerrada por algún motivo, en una prisión improvisada cercana a la cima más alta de la zona. Pesando en frío no era mal lugar para ello. Probablemente estuviera mucho tiempo sola, y aprovechaba para gritar confiando en que alguien la oyera. Sin duda esos gritos no lo habían oído los que la tenían allí, ya que en caso contrario se habrían encargado de que no los diera más; con lo que llegó a la conclusión que sus captores estarían lejos.
¿Serían sus captores aquellos dos hombres que mató?. ¿O bien el supuesto cabecilla del supuesto asentamiento del que hablaron?.  Cabía la posibilidad de que no tuviera nada que ver con ellos, cosa que dudaba. Pero tal vez fuera presa de otras personas o bien una mujer sola que había quedado aislada en algún lugar, y que no se atrevía a salir. Esa última idea también la descartó, no tenía sentido querer hacer ver que estaba allí en ese caso.
De todas las posibilidades la más lógica era que era retenida en contra de su voluntad. Y que los que allí la tenían estaban lejos en ese momento.
Esperó paciente y preparado que de nuevo pidiese auxilio. De noche poco más podría hacer. Pero nada, solo se escuchaba el silencio del planeta agonizante.
“Socorrooooooooooooooooooooo”
Trastabilló y cayó, juraría que no se había quedado dormido, pero aquello de nuevo le despertó. El Sol rallaba el horizonte y el frío se hacía insoportable.
“Socorrooooooooooooooooooooo”.
Parecía provenir del norte, montaña abajo. Bebió dos tragos largos para entrar en calor y caminó despacio en esa dirección. El amanecer le fue abriendo colores para que pudiera ir viendo mejor. Solo rocas, hierbas marcianas y nieve…. Más abajo empezaban los árboles.
Los árboles le dieron la bienvenida y le tragaron, aquella zona, aunque no muy lejos de la cima, empezaba a ser más peligrosa. Agudizó los sentidos y avanzó esperando oír de nuevo la señal de socorro, muy atento a todo.
Escuchó un crujido y se detuvo en seco. Interpretando en el aire que soplaba en sus oídos todo lo que podía. Desde la supuesta dirección del crujido no veía nada, el viento podría haberle traicionado. Quedó quieto, respirando, escuchando, sintiendo…..
Otro crujido, esta vez más cercano, justo tras de él.  Se giró rápido.
Allí estaba.
Un caminante se acercaba. Notaba algo extraño en él pero no supo bien qué era. Se fue hacia él y le atravesó el cerebro con el machete, entrando a través del ojo derecho.
Chas, cayó fulminado. Recogió el machete y lo limpio. Rápidamente cayó en la cuenta de lo que le había resultado extraño, aquel caminante no emitía ningún ruido. Se había aproximado a él de forma sigilosa, siendo descubierto solo por el crujir de alguna rama que pisó. Además, había necesitado más fuerza de la habitual para atravesarle el cráneo
Se le erizó la piel. Se acercó al caminante y lo analizó. Abrió su boca, todo estaba perfecto.
¡Había matado a un humano!. Su aspecto desgarrado y sucio le había hecho dudar. Miró sus pupilas y metió la mano en su boca. Juraría que estaba drogado. Siguió analizándolo, un pie dislocado….. tenía todo lo que un ser humano necesitaría para parecer un caminante.
Qué extraño. No sabía qué conclusión sacar de todo aquello, se sentó apoyando la espalda en un tronco. Bebió algo, pensativo. Entonces vio la cabaña.
Se encontraba clavada a dos árboles cercanos, hecha de tablas y toda suerte de maderas, bien escondida entre la arboleda, cerca de la cima.
La rodeó, solo una puerta, bien cerrada con un candado. No había ventanas y como pudo se asomó entre una de las rendijas que dejaban las tablas. Unos ojos espantados le devolvieron la mirada. Retrocedió, trastabilló y cayó de espaldas, rodando unos metros hasta chocar contra un árbol.
¿Era un caminante?, no. Esos ojos no eran de caminante.
Se aproximó de nuevo.
“¿Hola?. ¿Quién eres?”.
Un silencio espeso, demasiado largo, se adueñó del instante. El viento domaba la copa de los árboles, el extraño silencio de los bosques post apocalípticos, sin el cantar de los pájaros.
Una tímida voz calló al silencio.
“Le has matado”.
Jaime miró a la persona que acababa de matar, al humano que parecía caminante.
“¿A él?”.
Lo señaló, colina abajo. Se dio cuenta de lo absurdo de la situación. ¿A quién se lo señalaba?.
“A mi guardián”.
Su voz sonaba débil, sin fuerza, o tal vez con un tono captado del cautiverio, robado de la soledad.
“¿Te tenía aquí sola?”.
“Sí, cuidaba de mí. Me apartaba de los caminantes, aquí me siento segura. Tú me das miedo”.
“No debes temerme. Soy de los buenos de esta película. Dudo que tu guardián lo fuese, no te tendría aquí encerrada”
“Llevo tanto tiempo aquí que ya formo parte de esto. Estas tablas no existirían sin mí, este bosque no callaría si mis oídos no oyeran la nada. Antes no era así, antes el cantar de los pájaros me despertaban al alba y el husmear de los lobos me asustaba en la madrugada. Ahora ni pájaros ni lobos. Un día mi guardián me dijo que todo se acababa. Me trajo uno para que lo viera, para que me sintiera dichosa de estar aquí, protegida”
Su voz iba ganando fuerzas, era joven y decidida, joven y atemorizada, joven y apaciguada, joven y entregada.
“¿Cuánto tiempo llevas aquí?.
De nuevo otro silencio, de nuevo el viento en los árboles.
“Un año, dos, qué más da. En cualquier caso demasiado tiempo”
“¿Él te tenía aquí?”.
“Sí, desde que me abordó a la salida del instituto aquel día. He acabado siendo su amante, su confidente. Había días que no venía. Pero hoy estaba preparada”
“¿Preparada para qué?”.
“Para fugarme. Vino a follarme otra vez, aproveché para atacarle, lo dejé herido. Después salió y anduvo un rato por los alrededores. Hasta que te vio”
“Pensé que era uno de ellos”.
“Hiciste bien en matarle, te hubiera matado”.
Jaime puso cara extrañada.
“Soy Jaime. ¿Me dejas rescatarte?”.
“Sara, encantada Jaime. Sara Toscano”.
Ese nombre…. Enseguida cayó. Haría más de un año se hizo famosa por su desaparición sin dejar rastro. La policía llevaba meses buscándola en el momento en el que se produjo el suceso. La daban por muerta, otra joven más violada y asesinada.
“Te conozco. Tus padres te buscaron hasta la saciedad, toda la ciudad se volcó en ayudar a la policía. ¿Llevas aquí todo el tiempo?”
Sus sollozos ahogaron las palabras. Jaime partió el candado, al abrirse la puerta la contempló. Estaba agazapada en un rincón, llorando amargamente. Sucia y con las ropas desgarradas, medio tapada con una manta apulgarada. Un cuenco con agua y fruta putrefacta llena de moscas en la esquina contraria a donde se recogía para llorar.
Jaime la sacó y la abrazó. Olía a diablos y su pelo, posiblemente moreno, acumulaba una especie de costra marrón.
“Dios, pensaba que eras uno de ellos. Pensé que ibas a violarme”
“No, ya está, ya está. Has caído en buenas manos. ¿Quiénes son ellos?”.
“Los trae y me violan. Dice que vive con ellos, él me ofrece a mí y ellos le acogen en su granja. Tenían esa especie de trato.”
Ella se agitó y miró asustada en dirección de la frondosidad.
“Tenemos que irnos, pueden venir”.
 Corrieron hasta llegar de nuevo a la cima. Desde allí anduvieron camino de la casa de Jaime. Él le contó que vivía con su madre, que tenían una casa bien protegida con mucha munición y comida. Que mató a dos motoristas que se acostaban con su madre. Ella los reconoció como dos de sus violadores. Él le dijo que no tenía nada más que temer, que viviría con ellos. Que ayudaría en las labores del hogar y de vigilancia. Que le vendría bien a su madre para cuando él saliese a buscar más necesidades.
Ella le dijo que tenía diecisiete años, tal vez dieciocho. Que colaboraría en lo posible. Que le ayudaría a llevar mejor el día a día. Sus lágrimas eran sinceras. Su rostro marcaba el dolor en cada arruga de suciedad. Sus ojos no engañaban, estaba llena de vida y juventud.
Había rescatado a Sara, la famosa chica desaparecida. La decisión estaba tomada, su familia acababa de crecer. Su escondite albergaría un nuevo miembro.
Su madre estaba pelando una patata cuidadosamente, mientras cocía la cáscara que iba desprendiendo. Cuando vio a su hijo y  a aquella chica entrar se quedó de piedra. En posición defensiva, como el animal que espera el ataque inminente de un depredador.
Jaime le hizo señas para que se sentara.
“Ella es Sara, Sara toscano”.
La mirada de María se alteró, sin duda la había recordado. Fue a decir algo pero se detuvo en el instante de abrir la boca. Respiró y preguntó algo que no tenía nada que ver con lo que pretendía decir.
“¿Se puede saber qué hace aquí?”
 “Alégrate pues tu Dios estará orgulloso. La he salvado, estaba encerrada en una cabaña de mala muerte, en el bosque arriba de la montaña. Llevaba más de un año. He decidido que a partir de ahora vivirá con nosotros. Así que deberás tratarla como a una hija más. Ella te ayudará en las labores del hogar y hará que nuestros turnos de vigilancia sean más cómodos. Gracias a ella mejorará nuestra calidad de vida y tendremos más fácil el sobrevivir”.
“Pero……”
“No hay peros. Prepárale un baño calentando agua del pozo. Y saca una pastilla de jabón nueva para ella sola, falta le hace”
“Si señor”.
María fue arriba y Sara miró extrañada a Jaime.
“¿Señor?”
Jaime le contó toda la historia con su madre. Su locura, la locura de ambos, el cómo había pedido perdón a Dios. Su relación, sus encuentros sexuales. El cómo ella había aceptado su destino de satisfacer al que llamaba macho de la casa, amo del hogar, protector de sus vidas.
“Esto es el fin del mundo Sara. Formamos parte del pequeño grupo de seres humanos que nos ha tocado vivirlo. Se trata de sobrevivir. Es curioso, pero tu cautiverio te ha salvado la vida. Si nunca te hubieran secuestrado tal vez ahora estarías muerta, o lo que es peor, muerta en vida”
Sara suspiró y miró la estancia inferior del hogar.
“Esto parece confortable”.
“Lo es, aquí estaremos bien. Ahora ve arriba y date un baño. Te prepararé una cama al lado de la mía en mi habitación. La subiré, pues guardamos algunas en el sótano. Pondré un camisón de mi madre sobre ella. Mi madre te indicará dónde está la habitación. Tras el baño, ve a vestirte y baja a cenar; luego  duerme, descansa. A partir de mañana te espera una vida nueva, empezaré por enseñarte a disparar”.
Jaime y María esperaban en la mesa a que Sara bajase para la cena. Unos pies descalzos se deslizaron escaleras abajo. Jaime recorrió el cuerpo de abajo arriba. Su boca se fue abriendo poco a poco al ir descubriéndola.
Sara, percibida como una Diosa en un mundo apartado de Dios. Como una ilusión en mitad de la sinrazón, como un suspiro en mitad del océano. Sus bellas piernas, de muslos prietos, agitados al unísono bajo la estrecha bata de su madre. Sus caderas vistiéndola perfecta, disimulando la ligera imperfercción de la marca de caderas amplias y trasero regordete de su madre, y que la misma bata consiguió amoldar. Rondaría el metro sesenta y poco, y en torno a unos sesenta quilos, que la hacían inmortal al hambre que pudo haber pasado; como si el diablo le hubiese ofrecido conservar ese cuerpo a pesar de su espantoso cautiverio.
Sus pechos bailaban libres bajo el ropaje ajustado de la bata. Parecían amplios y acogedores, en su sitio.
“Pechos en su sitio, ummm, que de tiempo sin verlos”.
Su madre miró enfadada a la chica, miró confundida a su hijo. María se sintió desplazada, agredida en su propia casa.
“Gracias guapo”
Dijo Sara justo al sentarse. Su pelo moreno, bello, brillaba suelto cayendo sobre el abultamiento de sus ubres jóvenes. Sus ojos negros, amplios, expresivos y simpáticos. Con aquella mirada de aterrada esperanza que vio a través de las tablas de su cabaña. Nariz algo chata, labios sugerentes y rojos.
“En serio, ¿has hecho un pacto con el Diablo?, parece que vienes de una sesión de belleza en lugar de meses de sufrimiento”.
“Bueno, siempre tuve la ilusión de que un hombre bueno, como tú, me salvase”.
Sonrió gustosa y Jaime se consideró la persona más dichosa del mundo que no era mundo. Del universo con fin.
La seriedad de su madre durante la cena no le extrañó. Decidió que le gustaba la situación, sabía que tendría a esa chica abierta de patas cuando quisiese, y que sería mejor amante que su madre. Es ideal, una para cada cosa. ¿O no?, la idea de tener dos hembras a su servicio le empalmó infinitamente, le excitó tanto que su ego se convirtió en una planta enredadera que abarcaba todo el mundo, haciéndolo suyo.
La joven y la madura. Diez y muchos y cincuenta y tantos. Su casa más limpia, todo más ordenado, los tres más seguros. Él más satisfecho. Decidió que era bueno que compitieran. No pensaba en dejar de lado a su madre; además, ¡qué demonios!, le gustaba la cama de su madre; experimentada y muy guarra. Y, ¡qué cojones!, le gustaba follarla y pensar que lo hacía con su madre. A quien engañar….
Tendría que ser más autoritario, con dos gallinas en el corral el gallo precisaría de más presencia y decisión.
“Mamá. Tú esta noche vigilarás hasta el alba. Sara necesita descansar y yo estoy agotado de mi expedición. Cuando ralle el sol, te sustituiré”.
“Vale hijo, he pensado que tal vez podrías habilitarle a Sara la habitación del fondo, para que tenga intimidad…”
“¡No!, la habitación del fondo seguirá haciendo de almacén”
“pero para eso tenemos el sótano”
“Agradezco, querida madre, tus puntos de vista, sin duda todos van orientados en la comodidad de nuestra incipiente comunidad de tres. Pero no podemos tener todo en el mismo sitio, al menos no mientras sea posible. Sara dormirá en mi habitación, en la cama que con tanto esfuerzo he colocado junto a la mía. Hay espacio suficiente.”
“Si es lo que deseas… cariño…… He pensado que podrías subir un instante conmigo a mi habitación mientras Sara recoge las cosas de la cena…….”
Se abrió de piernas para que pudiera verle su sexo depilado, tal y como él había pedido que lo tuviera, de forma que Sara no lo viese.  Jaime se puso muy caliente, pero decidió que no”.
“Recoge tú. Sara y yo subiremos. Le contaré todo lo que es el día a día aquí y luego dormiremos.”
“Vale cariño, como desees”
Dócil, aunque su cara decía lo contario. Su madre seguía ganando puntos, pensó, no obstante.
En cuanto cerró la puerta tras de sí, Sara se despojó de la bata. Se quedó mirándolo en silencio, hablando con la mirada. Jaime se sentó en el borde de la cama y la atrajo ofreciéndole la mano. Sus pechos eran mejores aun de lo que parecían. Proporcionados, simétricos, amplios y regordetes, bien puestos. Con pezones grandes y aureola rosada, algo oscura tal vez. Simplemente era muy bella. Una Diosa de carne y hueso a la que aferrarse en aquellos momentos.
“¿A qué se debe el honor de poder contemplarte desnuda?”
“El honor es mío de poder haber sido rescatada. Ahora soy tuya y siempre lo seré. Nunca podría compensarte el que me hayas salvado de un infierno, y que me hayas ofrecido un hogar y una seguridad. Quiero asegurarme que sabes entender mi gratitud, para que no haya malentendidos a partir de mañana”.
Dicho esto se colocó de rodillas sobre la cama, andando a gatas hasta quedar perfectamente cuadrada con la cabeza a la altura de la almohada. Permaneciendo a cuatro patas, con las rodillas bien clavadas y algo separadas, manteniendo alto el trasero.
Ofreciéndose.
Jaime la contempló. El sexo tenía pelos, pero no tantos, sin duda mantenido al gusto de su captor; mal afeitado, eso sí. Pero aun así bello, ni grande ni pequeño, muy rojo y llamativo visto desde atrás, justo bajo su ano limpio.
La pose le daba más dignidad que sumisión, el estar a cuatro patas siempre separó a las mujeres en dos grupos: las que posan con dignidad y las que posan sumisas. Su madre pertenecía al segundo grupo, pero Sara, sin duda, al primero.
No estaba de más que el gallo tuviera a una gallina de cada tipo en el corral.
Sus muslos firmes, desembocando en un  no menos firme trasero, el cual permanecía arriba, esperándole.
Se desnudó y se colocó detrás. Le agarró las nalgas duras, cuando Sara esperaba recibir un pollazo algo húmedo le sorprendió. La lengua de Jaime recorrió su sexo. Sara no lo esperaba y gimió con cálida sinceridad, dejándose caer hacia adelante. Jaime permaneció lamiéndole, recibiendo flujos vaginales, mientras Sara gemía y gemía.
María, desde abajo, escuchó los gemidos. Su cara se ensombreció. Permanecía sentada, vigilante de la colina abajo, esperando aquello, esperando los gemidos. Llegaron antes de lo que imaginaba, y sintió punzadas de rabia en su estómago.
Él dejó de lamer y ella recuperó la dignidad a cuatro patas. Su polla le entró con suma facilidad. La habitación se llenó de colores de deseo, las paredes quedaron pintadas con la libido de la indescriptible sensación de haber introducido la polla en el coño de aquella espectacular joven.
Ella gemía, gustosa, amable, acompañando las embestidas. Como gimen las putas, pensó. Pero poco a poco fue venciéndose más hacia delante, gimiendo un poco más alto, acabando a chillidos quejosos.
María no podía concentrarse con el ruido, y subió a ver.
Abrió la puerta cuidadosamente, asomándose  sin que le vieran. La chica cabalgaba a su hijo, se fijó en sus pechos tersos botando con firmeza a la vez que sus caderas se clavaban sobre el paquete de Jaime. Se tocó las suyas, amplias y caídas. Se sintió menos mujer, sintió que el mundo se le caía encima, pero a la vez una rabia incontenida, y muchas fuerzas para luchar por su macho.
Ella se levantó y colocó a Jaime atravesado en la cama. Ahora se puso en cuclillas y se pinchó la polla, muy grande y a mil en ese momento. Ahora Sara quedaba de cara a la puerta. A María no le dio tiempo de apartarse para no ser descubierta, pues Sara ya le estaba mirando fijamente.
María quedó petrificada, sin dejar de mirarla, sin dejar de mirarlos. Ella empezó a dar saltitos, botando, mostrando una excelente forma física, con sus brazos colocados en jarra contra sus caderas; guardando bien el equilibrio. La visión de cómo la polla entraba en el coño era perfecta desde la posición de su madre.  Él le agarraba los pechos desde abajo, gimiendo como un oso. Ella sonreía mirando a su madre, gimiendo mucho. Los gemidos eran a todas luces falsos, pues no dejaba de sonreír a María. Cada poco le lanzaba besos; dejándole claro que ahora era ella la que marcaba al macho.
María no pudo evitar excitarse, no pudo evitar mojar las bragas. Cuando Jaime se corrió, Sara le comió todo el rabo hasta dejarlo bien limpio. Sara miró de nuevo a la puerta pero María ya no estaba allí.
No cruzaron palabras, se dieron un pico y Sara, sonriente, se fue a su cama. Jaime quedó pensativo sobre la suya, satisfecho, muy satisfecho.
Cuando se estaba quedando dormido le despertó unos suspiros. Le eran familiares, aquellos suspiros de su madre, algo lejanos, posiblemente provenientes del salón donde vigilaba.
El día amaneció precioso. El sol iluminaba alto, dando calor al entorno, cuando Sara bajó las escaleras. Hacía horas que Jaime le había dado el relevo a su madre. Quiso besarla, morrearla y darle algo de caña antes de que se fuera a dormir, pero ella no se dejó, se excusó por puro cansancio. Lo cierto es que se fue con una seriedad no habitual en ella, más propicia a seriedad triste en vez de enfadada.
Sara comió algo que le tenía preparado. Vestía con el camisón y unas zapatillas de Jaime que le quedaban algo grandes. Resplandecía igual que el día.
“tendremos que ir a buscarte ropa. Vendrás conmigo, a la ciudad. Saldremos en cuanto mi madre haya dormido una hora más. De camino matarás a todos los caminantes que nos encontremos, siempre en condiciones de seguridad. Algo me dice que no has matado nunca a ninguno”
Ella acabó de masticar.
“Llevas razón, pero no sé si podré hacerlo, me da un miedo atroz. Creo que lo mejor es que me quede aquí, ayudando a tu madre en las labores…..”
“Acabas acostumbrándote, descuida. Tienes que venir, debes aprender a usar el machete y las armas contra ellos. Lo haremos a la vuelta, antes tendremos que buscarte ropa. Lo primero es lo primero. Iremos a un centro comercial al que he ido bastantes veces. No será necesario llegar a la ciudad, está antes, cercano al campo de fútbol, colindante a la autopista de entrada. Nunca he tenido problemas allí, está precintado y jamás encontré caminantes dentro.”
“Lo conozco, iba al cine con mis amigas allí…..”
Lloró
“Eh, tranquila; la vida es dura, nada es como antes, pero debes centrarte en sobrevivir, no te puedes permitir llorar…. Créeme”
Levantó la cara, sus preciosos ojos estaban inundados de lágrimas.
“¿Me ayudarás a encontrar a mis padres?, ¿me llevarías a mi casa por si estuvieran allí?”
Jaime puso cara de incredulidad.
“¿Estás de broma?, nadie ha sobrevivido en la ciudad, si vas a tu casa posiblemente morirás, todo está infectado de caminantes; solo en reductos como este, o como el de tus captores, se puede sobrevivir. No has estado en la ciudad, esta tarde lo verás con tus propios ojos y me dirás si crees que quedan esperanzas para nadie”.
“Vivimos en una casa amplia, solitaria, en mitad de una urbanización de mansiones ricas. Mi padre era…. Mi padre es abogado, ganaba mucho dinero. Es posible que hayan podido atrincherarse allí, debo ir, siento que debo ir”
“Acábate el desayuno, despertaré a mi madre y saldremos. Si tenemos tiempo nos pasaremos, pero no me pondré en peligro por tus padres, que te quede claro. Te he acogido en mi hogar; la seguridad es lo único que me preocupa. Eres bienvenida pero no te confundas, eres prescindible, altamente prescindible. No consentiré que nos pongas en peligro”.
Encontraron varias prendas que le iban bien, tanto veraniegas como de invierno, y varios pares de zapatos.
Se les hizo tarde, Jaime prometió a Sara ir otro día a tantear la posibilidad de que sus padres estuvieran con vida, pero que debían irse para que no se les hiciera de noche por el camino.
 A la vuelta, ya al atardecer, dieron con un grupo de caminantes que deambulaban por el alcen de la carretera, unos quilómetros antes de llegar al camino que los meterían en la serranía camino de su colina.
Eran dos hombres y tres mujeres. Caminaban sin rumbo fijo, separados unos dos metros unos de los otros. Detuvo el coche sigilosamente en la otra zona de la calzada.
“Ahí los tienes, perfectos para tu estreno oficial como superviviente”.
Lo miró con los ojos muy abiertos, negando con la cabeza.
“Estás muy loco si piensas que voy a matar a esos……”
Jaime cogió la pistola que llevaba en el compartimento de la puerta de piloto, quitó el seguro y lo puso sobre la sien de Sara.
“Si vives con nosotros tendrás que ser capaz de matar caminantes, disparando y a mano. En caso contrario no nos supondrás más que problemas”
Hizo una pausa, mirando a los cinco desgraciados que deambulaban arrastrando los pies por el asfalto bacheado del alcen.
“Y me temo que tendría que matarte, pues ya conoces nuestro escondite. Así que sospecho que no tienes elección, a no ser que quieras morir. Apostaría que mi madre no se entristecerá si no vuelvo contigo”
“Supongo que me vendrá bien matarlos……. En fin nuestra pequeña comunidad debe ser lo primero”
Sara bajó del coche, asustada, Jaime fue tras ella machete en una mano y pistola en la otra.
“Ten, mata a los dos últimos de un machetazo en la cabeza, con decisión; en cuanto les estrujas los sesos caen como moscas; sus cabezas son extrañamente fáciles de penetrar, casi como si estuvieran hechas de mantequilla. En realidad matar caminantes es de lo más fácil. Luego corre y dispara a los demás en la cabeza, alejándote un poco”
Jaime se sorprendió por la destreza mostrada por la joven. Estaba preparado con un hacha por si necesitaba ayuda, pero no le hizo falta. En menos de un minuto se había ventilado a aquellos cinco siervos del diablo.
“¿Estás segura que nunca has hecho esto?”
“No, es mi primera vez. Todo sea por nuestra pequeña casa. Uf, menuda masacre de sesos, ¡cabrones!”
Sara apoyó a Jaime contra el coche, la noche caía, reflejos dorados pintaban un cuarto del cielo desde el horizonte, vistiendo a las nubes de colores anaranjados y violetas.
“Matar muertos vivientes me ha abierto el apetito, cariño”
Jaime se dejó hacer, aun sabiendo que debían irse cuanto antes de allí; no era seguro estar de noche fuera.
Se arrodilló frente a él y le sonrió. Dulce sonrisa de adolescente hecha mujer. Le desabrochó el cinturón y aflojó los botones de la bragueta. Al sacarla estaba ya enorme, ella puso cara de sorprendida, guiñándole un ojo, uno de sus bellos y expresivos ojos grandes y negros.
Apretó el pellejo para atrás, hasta quedar el capullo al aire, y pasó su lengua por él; como calibrando el sabor y la temperatura con precaución.
Jaime tragó saliva, temió el no saber decir que no, el verse superado por la belleza de aquella joven. Temía no controlar el aspecto sexual de Sara como lo hacía con su madre. Pero en esos momentos tenía muy claro que una mamada era la única posibilidad.
La masturbó un rato, hablándole con suavidad, casi en susurros muy femeninos.
“Quiero que descargues tensión, hazlo sobre mi cara, no tengas problemas. Entre tanta destrucción necesitarás todo el relax del mundo, y yo también amor; me encanta tu polla, me encanta mamarlas, me encanta follar, me encantas tú”
Empezó a masturbarla con ritmo rápido, mientras su lengua se movía muy ágil rozando por la punta. Luego se metió el capullo en la boca y colocó sus manos sobre la tapicería de la puerta del coche donde se encontraba apoyado Jaime. Y así, sin manos, empezó a engullir la gran polla de la persona que le había salvado la vida. Moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, la boca muy abierta; el que tuviera la cara más menudita y pequeña que su madre ayudaba  a la sensación de que aquella mamada resultase más salvaje y brutal que las dulces que la que le parió le regalaba.
Hacia delante y hacia atrás, recorriéndola entera. Hasta que en un espasmo soltó la primera carga de semen, que ella tragó entera. Entonces la agarró y la refregó por su cara, llenándose de leche menos espesa la nariz, las mejillas, los ojos, la frente. Estrujó la polla contra toda su cara y luego Sara la limpió a base de escupirla y lamerla, con la misma dedicación con la que un perro lame sus heridas.
Al llegar a casa María estaba preocupada por la hora. Aliviada de verlos ofreció que comieran algo. Sara pidió un segundo.
“Primero he de ir al baño, he de limpiarme la cara del semen de Jaime. Ummm, su hijo es todo un hombre, sabe cómo cuidar de una mujer en momentos como este”.
Cuando entró en el baño María miró a Jaime inquisitiva.
“¿De verdad te fías de esta chica?”
“Mata bien y hace buena compañía. Su ayuda te servirá de mucho y todos estaremos más descansados”
“Amor, no te dejes convencer por su belleza, su buen cuerpo, por lo que pueda hacerte, acuérdate de los dos que me follaban; estaban mejor muertos aunque me hicieran disfrutar….”
“Aquellos eran parte de los que tenían secuestrada a Sara, ¡créete que es muy diferente!”
María se acercó y le agarró el paquete, lamiendo su cuello y besándolo.
“Pero yo soy tu sierva, yo soy la mujer de la casa, yo soy tu zorra mi niño; no te olvides de eso amor”
“Tranquila madre, hay para las dos. Somos tres, con compenetración y generosidad nos mantendremos a salvo”
Hizo una pausa, sopesando sus palabras
“Solo necesito motivos para manteneros a salvo a las dos. Ninguna de las dos sois imprescindibles, no en este mundo”
La noche se cerró por completo y la mirada de Jaime se perdió en el infinito mientras abrazaba a su madre.

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